Don Antonio Muñoz Degrain era un tipo de una imaginación desbordante, mucho más rica y divertida que la de sus compañeros costumbristas más centrados en sus lineas académicas, pero lo era en grado tal que en ocasiones, como la presente, no le venía bien a su propia pintura, pues es precisamente la iluminación que hace, la pincelada suelta y la destreza con la que resuelve la imagen, lo que le resta dramatismo a la escena.
El cuadro no deja de ser un paisaje de un día de primavera en la huerta valenciana, ya que vemos sus típicas casas, la noria y los frutales en flor y con frutos, como parte de una enorme extensión inundada por las lluvias. Pero en primer término se muestra la acción frenética de la madre intentando salvar a su hijo, que no somos capaces de retener mucho tiempo porque pronto nos distraen los reflejos del agua turbulenta y turbia, llena de barro, y generando remolinos vibrantes y cargados de malos presagios.
Mientras otros se conformaban con contar lo que podía verse a diario retratando escenas habituales y personajes prototípicos, Don Antonio pintaba lo que su imaginación le ordenaba. ¿No es eso lo que hacen los genios?. No es de extrañar que sus alumnos, como Pablo Picasso, siempre presumieran de un maestro así.
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